jueves, 19 de septiembre de 2013

La selección (segunda parte)

La selección le había resultado agotadora, el último contrincante era idiota pero un auténtico mastodonte. Por suerte su tamaño y su agilidad de movimientos le habían supuesto una ventaja a la hora de esquivar sus golpes.
La audiencia estaba sorprendida, lo habían visto competir en lucha cuerpo a cuerpo con otros 9 candidatos, y aquel cuerpo pequeñito y delgado, cubierto de ropas extrañas, había logrado vencer a los mercenarios más oscos y bien musculados. Lo que no se esperaban es que la montaña de músculos que quedaba pudiese caer frente a un "niño".

En cuanto pudo recuperarse del asombro el paje que hacía de árbitro cantó la victoria. Los nobles y parte de los militares y siervos del castillo comenzaron tímidamente a aplaudir y vitorear.
Una carcajada profunda hizo que todos volviesen a la realidad, frenando en seco sus impulsos, devolviendo al silencio el salón del trono.
-No está mal, muchacho. No está mal- dijo el sultán mientras se inclinaba sobre su trono un poco más adelante.- Es posible que hayas vencido a un atajo de bandoleros y maleantes que buscaban el puesto. Pero no me harás creer que eres el apropiado por ello. Jamil- llamó, uno de los hombres que observaban entre el público avanzó unos pasos poniéndose a la vista de su señor.
- Quiero que lo pongas a prueba-
-Señor, no se encuentra en condiciones. Ha luchado desde que despuntó el alba -
-Me llevas la contra- se levantó del trono irritado.
-No... señor...-midiendo cuidadosamente sus palabras- Pero he pensado que su majestad debe estar agotado de observar unas pruebas tan tediosas para escoger a un guardián. Si gustase, de tomar un descanso, pienso en humilde opinión, se encontraría en mejores condiciones para juzgar a los candidatos.-
-Jamil, eres sabio. Acepto tu consejo- con un gesto despidió a los presentes – Nos reuniremos de nuevo a la caída de la tarde-

Aliviado el gentío despejó el salón del trono, quedando los últimos los mercenarios y los militares, algunos sirvientes se encargaron de llevar casi a rastras al último combatiente que aún estaba tendido en el suelo.
Jamil no pudo resistir más la curiosidad por el misterioso pequeño mercenario, acercándosele en busca de información.
-¡Hey chico!- le llamó viendo que éste ya se había dado la vuelta.

El chico se giró, llevaba un pañuelo que le cubría el pelo y otro que le tapaba la cara. El turbante lo había dejado caer a mitad de la competición, y ahora que se habían marchado todos lo buscaba con la mirada. Por suerte pudo recuperarlo de una esquina de la sala. El resto de su ropa era un tanto más extraña, llevaba una especie de pantalones de tela basta, demasiado ajustados para la moda del reino, la camisa tipo blusón ajustada por un fajín ancho, y los antebrazos estaban cubiertos por un firme vendaje de las muñecas al codo. Al igual pasaba de tobillos a rodillas dejando el pantalón por debajo. Supuso que sería por ser un nómada, era sabido que se vendaban los extremos de las ropa par evitar la entada de arena durante las tormentas.

-Sé que nos enfrentaremos en un rato, pero no he podido evitar fijarme en que no eres alguien corriente- ante esas palabras el chico pareció tensarse- no te preocupes, ¿quieres que comamos juntos?-

No parecía mal hombre, aunque no debía confiarse. Además quién se relajaría con alguien a quien debe enfrentarse. Hizo un gesto de cabeza afirmativo, aunque procuró no hablar, de todos modos necesitaba recuperar fuerzas y ese individuo podía ser una fuente de información.
Jamil le guió a una estancia pequeña, con alfombras por el suelo y unas cortinas finas que amortiguaban la luz de unas ventanas que daban a un patio interior. El aire fresco que se filtraba le hizo relajarse, unos tapices largos y estrechos cubrían las pareces que no tenían ventanas. El hueco de la puerta no tenía hoja, sino que era una cortina la que cubría el paso.
Jamil le invitó a sentarse a un lado de la mesita baja y le ofreció unos cojines, que el chico rechazó. No tardó en llegar una chica a servirles.
-Mi señor Jamil que desea...-
-Tráenos a mi invitado y a mi algo de esa carne con arroz o cuscus que tan bien te queda, unos bollitos de los tuyos y algo de fruta- la interrumpió.
El chico estaba un poco asombrado de esas confianzas, pero a la chica no pareció importarle. Salió rápida a cumplir con el pedido. El invitado se quedó mirando el sito por donde la joven acababa de desaparecer.
-Guapa, ¿verdad?-le soltó su anfitrión - me he tomado la libertad de pedir tu parte también- el chico le devolvió la mirada pero no dijo nada.- me gustará saber por qué te has presentado para el puesto, no se trata de un cargo agradable, ¿sabes?- el interpelado se limitó a mirarle de nuevo.- ¡Por Alá!, ¿acaso no tienes voz?... Amin ¿verdad?- comenzaba a desesperarse.
-Si...- terminó respondiendo para sorpresa de Jamil- Y “si”, sé que no es un puesto agradable...-
-Aún así, parece que lo quieres- Amin asintió con la cabeza, su voz sólo reafirmaba la corta edad que parecía tener.
La chica llegó con una bandeja en cada mano, apartó las cortinas de la puerta con el hombro con cierta desenvoltura y colocó las bandejas en la mesa.
-En seguida traigo la comida y el agua- desapareciendo de nuevo.
Las bandejas contenían unas jofainas pequeñas llenas de agua y una tira de tela, los dos se lavaron y secaron las manos. La muchacha no tardó en volver y con habilidad pasmosa recogió las palanganas y depositó la comida en la mesa.
-Sara-la llamó Jamil -antes de que salgas de nuevo, me gustaría que me dijeras qué piensas de que éste chico sea el guardián- Resultaba bastante descarado, pero Sara se puso firme y le contestó.
-Para ser el guardián del príncipe, no sólo hay que saber luchar. Mi señor Jamil, sabéis de sobra lo que pienso.- estaba un poco irritada y aquel mocoso no parecía digno de nada y no le merecía confianza. Si entraba como guardián sería más un carcelero que un protector para el príncipe.
Salió de la estancia, dejándolos solos.
-¿Y bien?, ahora que has escuchado eso, ¿piensas continuar?- esperaba que el chico desistiera.
-No voy a abandonar ahora- soltó simplemente.
Aunque Jamil se pasó el resto de la comida tratando de sacar información, no logró extraer nada. El chico, evitó comer apenas nada, tomó uno de aquellos bollos para probarlos y un par de piezas de fruta. Y hasta para comer mantuvo tapada su cara, levantó un poco el pañuelo dejando al descubierto una mandíbula imberbe y poco más para saciar la curiosidad de Jamil.
-No tienes que contenerte si tienes hambre, no me debes nada. Seguro que no lo has pasado especialmente bien hasta llegar aquí-
-No necesito más- alegó encogiéndose de hombros y volviendo a cubrirse la cara- Quisiera saber a qué tipo de persona protegería... si llego a lograr el puesto- procuró suavizar sus palabras para no parecer petulante.
-No te será fácil vencerme- le respondió seguro de sí mismo.
-Me gustaría saber, qué tipo de persona es el príncipe- volvió a la carga cambiando la pregunta.
Ante su insistencia, Jamil respondió.
-No sé si has oído los rumores sobre el- se le quedó mirando- se trata de alguien muy amable, no te creas lo que se dice en las calles sobre poderes o dones del creador- se había puesto en guardia, pero el chico no pareció inmutarse, al contrario, escuchaba pacientemente- El caso, es que quien tenga ese cargo tendrá que protegerle de amenazas externas y... evitar que pueda poner en riesgo su vida o su salud- en ésta última parte había dudado, le tenía demasiado aprecio a Ahmed como para traicionarle hablando de más. - Si planeas servirle, debes estar dispuesto a darlo todo por tu señor- Concluyó.
-Parece ser alguien muy estimado, al menos para esa chica y para vos- había dado en el clavo, lo cual tensó a Jamil. Aquel niño era bastante perspicaz.-deberíamos volver al salón del trono- dijo mientras miraba el tono de los rayos del sol a través de las cortinas.
Al llegar, la corte ya estaba esperando. El centro de la sala estaba despejado para que pudiesen continuar, mientras los miembros del ejercito hacían corro portando distintas armas.
Pasaron al interior del corro, quedando a la espera.

El sultán no se hizo de rogar, ocupó su puesto en el trono que presidía la sala y dio orden de que escogiesen arma. A diferencia de los anteriores combates donde los contrincantes debían traer las armas con las que luchar. En el caso de perderlas durante el combate, debían continuar sin ellas o rendirse.
En ésta ocasión el corro les mostraba una serie de armas, precisamente para que escogiesen, no portaban ninguna más que las que seleccionasen en aquel momento. Jamil tomó dos cimitarras gemelas, había visto el modo de luchar del chico, si usaba dos espadas, sería complicado que lograse acercársele demasiado y tendría la situación dominada. Amin viendo su elección tomó una lanza, aunque no estaba en las expectativas que tomase ese tipo de arma, se le permitió. Antes de comenzar Amin quitó la punta de metal del cuerpo de la lanza dejándola en un bastón.
-¿Acaso de burlas de mi?-
El sultán sospechando que aquello acabara en una pantomima decidió intervenir.
-Puesto que nuestro estimado general no parece bastante para ti, lucharás contra Muwaffaq. Y será a muerte en el caso de ser mi deseo-
-Señor, es un crio- Objetó Jamil, viendo lo que se le venía encima, Muwaffaq era un sádico, y no le importaría acabar con un chico. No era tan hábil como el con la cimitarra pero su ferocidad le hacía temible.
-!Calla!, ¿acaso no ves que te ha menospreciado?- Era cierto, pero de ahí a que acabasen con la vida de un renacuajo...
Mawaffaq entró refunfuñando, era un hombre grande no tanto como el anterior mercenario pero tenía un aspecto feroz que intimidaría a cualquiera. La victoria estaba cantada, los nobles se preparaban a ver sangre y miembros amputados. El hombretón no se complicó con su elección, tomó una cimitarra y se pavoneó con ella como si todo hubiese acabado.
Sin previo aviso saltó sobre el pequeño que rodó entre sus piernas esquivando un golpe que lo habría partido en dos, comenzaba a arrepentirse de no haber tomado otra arma, la había soltado al pasar por entre las piernas del otro. Con una finta esquivó de nuevo al hombrón llegando al lugar donde estaba el bastón. Con la siguiente arremetida usó el bastón para barrerle los pies al tiempo que se agachaba evitando que le decapitara.
El público estaba enardecido, Mawaffaq estaba en el suelo y gruñía de rabia, mientras que el chico continuaba en pié. Levantándose del suelo y ciego de ira Mawaffaq sólo pensaba en rebanar a su oponente, nunca se había sentido tan humillado.
Aprovechando el ataque de Mawaffaq y que su ataque dejaba puntos débiles, Amin golpeó desde dentro la muñeca con la que sujetaba su arma obligándole a desprenderse de ella. Golpeando con el siguiente movimiento del bastón las costillas del oponente.
Lo que permitió que Mawaffaq sobreponiéndose al dolor lograra tenerlo al alcance. Con su manaza tomó su cabeza empezando a levantarlo del suelo, por suerte sólo se llevó su turbante que se desprendió sin problemas dejando al descubierto un pañuelo que le cubría la testa.
Amin no se podía creer la suerte que había tenido, huyó del alcance de aquellos brazos y se preparó para acabar con aquello antes de que la pelea acabase con el. Pensaba rápido, un ataque frontal sería su final, si golpeaba a aquel tipo por los flancos... no, eso no parecía tener demasiado efecto. Sólo le quedaban dos opciones, o lograba cansarlo, cosa que no parecía que pudiese lograr. O lo dejaba inconsciente, esa era la opción más plausible. La pregunta era cómo hacerlo.
Volviendo de sus pensamientos a la pelea, Mawaffaq de preparaba para arremeter contra el con los brazos abiertos tratando de atraparles, si lo hacía podía darse por muerto. Usando el bastón como pértiga saltó por encima de su cabeza en mitad de su abalanzada, se había librado, en cuanto tocó el suelo con los pies dio un bastonazo a la nuca de su oponente con todas sus fuerzas. Mawaffaq se tambaleó, estuvo a punto de caer, pero tuvo la capacidad de girar sobre sus talones y ponerse frente al crio.

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