La selección le había resultado
agotadora, el último contrincante era idiota pero un auténtico
mastodonte. Por suerte su tamaño y su agilidad de movimientos le
habían supuesto una ventaja a la hora de esquivar sus golpes.
La audiencia estaba sorprendida, lo
habían visto competir en lucha cuerpo a cuerpo con otros 9
candidatos, y aquel cuerpo pequeñito y delgado, cubierto de ropas
extrañas, había logrado vencer a los mercenarios más oscos y bien
musculados. Lo que no se esperaban es que la montaña de músculos
que quedaba pudiese caer frente a un "niño".
En cuanto pudo recuperarse del asombro
el paje que hacía de árbitro cantó la victoria. Los nobles y parte
de los militares y siervos del castillo comenzaron tímidamente a
aplaudir y vitorear.
Una carcajada profunda hizo que todos
volviesen a la realidad, frenando en seco sus impulsos, devolviendo
al silencio el salón del trono.
-No está mal, muchacho. No está mal-
dijo el sultán mientras se inclinaba sobre su trono un poco más
adelante.- Es posible que hayas vencido a un atajo de bandoleros y
maleantes que buscaban el puesto. Pero no me harás creer que eres el
apropiado por ello. Jamil- llamó, uno de los hombres que observaban
entre el público avanzó unos pasos poniéndose a la vista de su
señor.
- Quiero que lo pongas a prueba-
-Señor, no se encuentra en
condiciones. Ha luchado desde que despuntó el alba -
-Me llevas la contra- se levantó del
trono irritado.
-No... señor...-midiendo
cuidadosamente sus palabras- Pero he pensado que su majestad debe
estar agotado de observar unas pruebas tan tediosas para escoger a un
guardián. Si gustase, de tomar un descanso, pienso en humilde
opinión, se encontraría en mejores condiciones para juzgar a los
candidatos.-
-Jamil, eres sabio. Acepto tu consejo-
con un gesto despidió a los presentes – Nos reuniremos de nuevo a
la caída de la tarde-
Aliviado el gentío despejó el salón
del trono, quedando los últimos los mercenarios y los militares,
algunos sirvientes se encargaron de llevar casi a rastras al último
combatiente que aún estaba tendido en el suelo.
Jamil no pudo resistir más la
curiosidad por el misterioso pequeño mercenario, acercándosele en
busca de información.
-¡Hey chico!- le llamó viendo que
éste ya se había dado la vuelta.
El chico se giró, llevaba un pañuelo
que le cubría el pelo y otro que le tapaba la cara. El turbante lo
había dejado caer a mitad de la competición, y ahora que se habían
marchado todos lo buscaba con la mirada. Por suerte pudo recuperarlo
de una esquina de la sala. El resto de su ropa era un tanto más
extraña, llevaba una especie de pantalones de tela basta, demasiado
ajustados para la moda del reino, la camisa tipo blusón ajustada por
un fajín ancho, y los antebrazos estaban cubiertos por un firme
vendaje de las muñecas al codo. Al igual pasaba de tobillos a
rodillas dejando el pantalón por debajo. Supuso que sería por ser
un nómada, era sabido que se vendaban los extremos de las ropa par
evitar la entada de arena durante las tormentas.
-Sé que nos enfrentaremos en un rato,
pero no he podido evitar fijarme en que no eres alguien corriente-
ante esas palabras el chico pareció tensarse- no te preocupes,
¿quieres que comamos juntos?-
No parecía mal hombre, aunque no debía
confiarse. Además quién se relajaría con alguien a quien debe
enfrentarse. Hizo un gesto de cabeza afirmativo, aunque procuró no
hablar, de todos modos necesitaba recuperar fuerzas y ese individuo
podía ser una fuente de información.
Jamil le guió a una estancia pequeña,
con alfombras por el suelo y unas cortinas finas que amortiguaban la
luz de unas ventanas que daban a un patio interior. El aire fresco
que se filtraba le hizo relajarse, unos tapices largos y estrechos
cubrían las pareces que no tenían ventanas. El hueco de la puerta
no tenía hoja, sino que era una cortina la que cubría el paso.
Jamil le invitó a sentarse a un lado
de la mesita baja y le ofreció unos cojines, que el chico rechazó.
No tardó en llegar una chica a servirles.
-Mi señor Jamil que desea...-
-Tráenos a mi invitado y a mi algo de
esa carne con arroz o cuscus que tan bien te queda, unos bollitos de
los tuyos y algo de fruta- la interrumpió.
El chico estaba un poco asombrado de
esas confianzas, pero a la chica no pareció importarle. Salió
rápida a cumplir con el pedido. El invitado se quedó mirando el
sito por donde la joven acababa de desaparecer.
-Guapa, ¿verdad?-le soltó su
anfitrión - me he tomado la libertad de pedir tu parte también- el
chico le devolvió la mirada pero no dijo nada.- me gustará saber
por qué te has presentado para el puesto, no se trata de un cargo
agradable, ¿sabes?- el interpelado se limitó a mirarle de nuevo.-
¡Por Alá!, ¿acaso no tienes voz?... Amin ¿verdad?- comenzaba a
desesperarse.
-Si...- terminó respondiendo para
sorpresa de Jamil- Y “si”, sé que no es un puesto agradable...-
-Aún así, parece que lo quieres- Amin
asintió con la cabeza, su voz sólo reafirmaba la corta edad que
parecía tener.
La chica llegó con una bandeja en cada
mano, apartó las cortinas de la puerta con el hombro con cierta
desenvoltura y colocó las bandejas en la mesa.
-En seguida traigo la comida y el agua-
desapareciendo de nuevo.
Las bandejas contenían unas jofainas
pequeñas llenas de agua y una tira de tela, los dos se lavaron y
secaron las manos. La muchacha no tardó en volver y con habilidad
pasmosa recogió las palanganas y depositó la comida en la mesa.
-Sara-la llamó Jamil -antes de que
salgas de nuevo, me gustaría que me dijeras qué piensas de que éste
chico sea el guardián- Resultaba bastante descarado, pero Sara se
puso firme y le contestó.
-Para ser el guardián del príncipe,
no sólo hay que saber luchar. Mi señor Jamil, sabéis de sobra lo
que pienso.- estaba un poco irritada y aquel mocoso no parecía digno
de nada y no le merecía confianza. Si entraba como guardián sería
más un carcelero que un protector para el príncipe.
Salió de la estancia, dejándolos
solos.
-¿Y bien?, ahora que has escuchado
eso, ¿piensas continuar?- esperaba que el chico desistiera.
-No voy a abandonar ahora- soltó
simplemente.
Aunque Jamil se pasó el resto de la
comida tratando de sacar información, no logró extraer nada. El
chico, evitó comer apenas nada, tomó uno de aquellos bollos para
probarlos y un par de piezas de fruta. Y hasta para comer mantuvo
tapada su cara, levantó un poco el pañuelo dejando al descubierto
una mandíbula imberbe y poco más para saciar la curiosidad de
Jamil.
-No tienes que contenerte si tienes
hambre, no me debes nada. Seguro que no lo has pasado especialmente
bien hasta llegar aquí-
-No necesito más- alegó encogiéndose
de hombros y volviendo a cubrirse la cara- Quisiera saber a qué tipo
de persona protegería... si llego a lograr el puesto- procuró
suavizar sus palabras para no parecer petulante.
-No te será fácil vencerme- le
respondió seguro de sí mismo.
-Me gustaría saber, qué tipo de
persona es el príncipe- volvió a la carga cambiando la pregunta.
Ante su insistencia, Jamil respondió.
-No sé si has oído los rumores sobre
el- se le quedó mirando- se trata de alguien muy amable, no te creas
lo que se dice en las calles sobre poderes o dones del creador- se
había puesto en guardia, pero el chico no pareció inmutarse, al
contrario, escuchaba pacientemente- El caso, es que quien tenga ese
cargo tendrá que protegerle de amenazas externas y... evitar que
pueda poner en riesgo su vida o su salud- en ésta última parte
había dudado, le tenía demasiado aprecio a Ahmed como para
traicionarle hablando de más. - Si planeas servirle, debes estar
dispuesto a darlo todo por tu señor- Concluyó.
-Parece ser alguien muy estimado, al
menos para esa chica y para vos- había dado en el clavo, lo cual
tensó a Jamil. Aquel niño era bastante perspicaz.-deberíamos
volver al salón del trono- dijo mientras miraba el tono de los rayos
del sol a través de las cortinas.
Al llegar, la corte ya estaba
esperando. El centro de la sala estaba despejado para que pudiesen
continuar, mientras los miembros del ejercito hacían corro portando
distintas armas.
Pasaron al interior del corro, quedando
a la espera.
El sultán no se hizo de rogar, ocupó
su puesto en el trono que presidía la sala y dio orden de que
escogiesen arma. A diferencia de los anteriores combates donde los
contrincantes debían traer las armas con las que luchar. En el caso
de perderlas durante el combate, debían continuar sin ellas o
rendirse.
En ésta ocasión el corro les mostraba
una serie de armas, precisamente para que escogiesen, no portaban
ninguna más que las que seleccionasen en aquel momento. Jamil tomó
dos cimitarras gemelas, había visto el modo de luchar del chico, si
usaba dos espadas, sería complicado que lograse acercársele
demasiado y tendría la situación dominada. Amin viendo su elección
tomó una lanza, aunque no estaba en las expectativas que tomase ese
tipo de arma, se le permitió. Antes de comenzar Amin quitó la punta
de metal del cuerpo de la lanza dejándola en un bastón.
-¿Acaso de burlas de mi?-
El sultán sospechando que aquello
acabara en una pantomima decidió intervenir.
-Puesto que nuestro estimado general no
parece bastante para ti, lucharás contra Muwaffaq. Y será a muerte
en el caso de ser mi deseo-
-Señor, es un crio- Objetó Jamil,
viendo lo que se le venía encima, Muwaffaq era un sádico, y no le
importaría acabar con un chico. No era tan hábil como el con la
cimitarra pero su ferocidad le hacía temible.
-!Calla!, ¿acaso no ves que te ha
menospreciado?- Era cierto, pero de ahí a que acabasen con la vida
de un renacuajo...
Mawaffaq entró refunfuñando, era un
hombre grande no tanto como el anterior mercenario pero tenía un
aspecto feroz que intimidaría a cualquiera. La victoria estaba
cantada, los nobles se preparaban a ver sangre y miembros amputados.
El hombretón no se complicó con su elección, tomó una cimitarra y
se pavoneó con ella como si todo hubiese acabado.
Sin previo aviso saltó sobre el
pequeño que rodó entre sus piernas esquivando un golpe que lo
habría partido en dos, comenzaba a arrepentirse de no haber tomado
otra arma, la había soltado al pasar por entre las piernas del otro.
Con una finta esquivó de nuevo al hombrón llegando al lugar donde
estaba el bastón. Con la siguiente arremetida usó el bastón para
barrerle los pies al tiempo que se agachaba evitando que le
decapitara.
El público estaba enardecido, Mawaffaq
estaba en el suelo y gruñía de rabia, mientras que el chico
continuaba en pié. Levantándose del suelo y ciego de ira Mawaffaq
sólo pensaba en rebanar a su oponente, nunca se había sentido tan
humillado.
Aprovechando el ataque de Mawaffaq y
que su ataque dejaba puntos débiles, Amin golpeó desde dentro la
muñeca con la que sujetaba su arma obligándole a desprenderse de
ella. Golpeando con el siguiente movimiento del bastón las costillas
del oponente.
Lo que permitió que Mawaffaq
sobreponiéndose al dolor lograra tenerlo al alcance. Con su manaza
tomó su cabeza empezando a levantarlo del suelo, por suerte sólo se
llevó su turbante que se desprendió sin problemas dejando al
descubierto un pañuelo que le cubría la testa.
Amin no se podía creer la suerte que
había tenido, huyó del alcance de aquellos brazos y se preparó
para acabar con aquello antes de que la pelea acabase con el. Pensaba
rápido, un ataque frontal sería su final, si golpeaba a aquel tipo
por los flancos... no, eso no parecía tener demasiado efecto. Sólo
le quedaban dos opciones, o lograba cansarlo, cosa que no parecía
que pudiese lograr. O lo dejaba inconsciente, esa era la opción más
plausible. La pregunta era cómo hacerlo.
Volviendo de sus pensamientos a la
pelea, Mawaffaq de preparaba para arremeter contra el con los brazos
abiertos tratando de atraparles, si lo hacía podía darse por
muerto. Usando el bastón como pértiga saltó por encima de su
cabeza en mitad de su abalanzada, se había librado, en cuanto tocó
el suelo con los pies dio un bastonazo a la nuca de su oponente con
todas sus fuerzas. Mawaffaq se tambaleó, estuvo a punto de caer,
pero tuvo la capacidad de girar sobre sus talones y ponerse frente al
crio.
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