Ya está si no lo había logrado
posiblemente ese fuese su último movimiento, antes de que se
preparase para la acometida Mawaffaq calló desplomado. Lo había
logrado, había ganado. Del público comenzó a venir una serie de
tímidos aplausos, que al poco se volvieron en un rabioso aplauso y
comentarios de aprobación. El sultán se levantó del trono.
-Muchacho, el cargo es tuyo- no parecía
convencido de que pudiese haberse dado aquella proeza, pero no dudaba
de la fuerza ni de la habilidad de sus mejores hombres. Y era
imposible el que Mawaffaq pudiese haber colaborado en algún ardid-
Jamil se encargará de enseñarte lo que debes saber acerca del
puesto.
-Lo has hecho bien- no quería
admitirlo, pero pensaba que le abrirían la cabeza a primeras de
cambio, le tendió el turbante - si quieres puedes descansar un rato-
-No, estoy bien... quiero conocerle-
ésto último sonó casi como un murmullo.
-... de todas formas no hay más
opción- contestó también abatido. Le llevó a la planta superior
recorriendo algunos pasillos laterales. Se paró ante una pesada
puerta de madera, un gran cerrojo estaba corrido.
Se extrañó mucho de que estuviese por
fuera, el corazón comenzó a latirle con fuerza, si había estado
encerrado explicaba el por qué había tardado tanto en encontrarle,
y el pro qué no parecía haber hecho nada por que se reunieran.
Interiormente suplicaba con todas sus fuerzas que tras aquella hoja
estuviera el.
Jamil se paró en seco antes de empujar
la puerta -Puede que lo que veas no se parezca demasiado a un
príncipe-
“¿A quién le importaba eso?”
Pensaba, “mientras fuese el y estuviese bien...”
Jamil hizo girar la puerta sobre sus
goznes, sobre la cama, un chico de más o menos su edad. Apenas pudo
contenerse, estaba delgado, y pálido, pero esa era su cara, era el,
lo había encontrado.
Estaba a punto de hablarle cuando se
fijó en las cadenas que le sujetaban por las muñecas y tobillos,
“¿qué le han hecho?” no pudo evitar indignarse, se le acercó.
El chico de la cama giró la cabeza,
sus ojos se encontraron, pero el no lo reconoció.
-¿Quién... eres tu?- logró decir a
pesar de estar agotado.
-Es tu guardián- Jamil se aproximó.
-¿cómo te encuentras?- el chico no contestó, se limitó a cerrar
los ojos e ignorarlo.
-Señor Jamil, ¿puede dejarnos solos?-
-Eso... no es...- aunque no quisiese
dejarlos solos, parecía haber alguna conexión entre los críos. El
recién llegado parecía afectado - estaré al otro lado de la
puerta-no muy convencido le dio lo que pedía, al menos si estaba en
la puerta no podrían escapar.
-No me recuerdas ¿verdad?- el otro se
giro para verle la cara, mientras Amin se quitaba el pañuelo de la
cara y el pelo. Dejando al otro con los ojos muy abiertos.
-Ar...- un dedo del otro sobre sus
labios le calló.
-Shhh... ahora soy Amin, no me
descubras- una sonrisa dulce se acababa de formar en su boca.
Sin entretenerse volvió a colocarse el
pañuelo y fue directo a las cadenas.
-Espera, si las partes las reforzarán-
la alegría le había devuelto las fuerzas- sobre el escritorio, hay
una llave, la dejan ahí todos los días-Fue a por ella y lo liberó.
-Me he enterado que tienes un nuevo
nombre-
-Si, me lo puso el sultán.- se
incorporó para frotarse las muñecas doloridas.
-Estás muy delgado, demasiado-
apreció. Le tomó las manos... -¿Cuánto hace que...-
-Cuatro meses, creo que puedo resistir
un poco más-
-Eso ni en broma, sacó una daga que
llevaba escondida en la ropa. Mientras inspeccionaba el cuarto en
busca de un recipiente, reparó en la jofaina. Tomándola del otro
extremo del cuarto sobre un taburete la acercó a la cama, y comenzó
a desvendarse el antebrazo izquierdo.
-¿Lo vas a hacer?... ¿por mi?-
-Cállate, no me lo hagas más difícil-
Se realizó un par de cortes sobre el antebrazo con cuidado de no
manchar nada con su sangre. Ahmed se apresuró a hacerlo sanar, eran
cortes poco profundos pero sintió el alivio.
Apretando los dientes Amin repitió la
operación, ésta vez tratando de herirse con mayor profundidad, era
doloroso, pero no podía dejar a Ahmed así. Debía ayudarle a
librarse de el exceso de esa “energía” o se pondría peor.
Repitieron el procedimiento unas
cuantas veces, hasta que temieron que Jamil entrase a comprobar lo
que pasaba. Amin se limpió los restos de sangre del antebrazo y tiró
por la ventana el contenido de la palangana, enjuagó cuidadosamente
de nuevo el recipiente con el agua de la jarra que en un principio
acompañaba a la jofaina.
Justo a tiempo, Jamil abrió la puerta,
ya era tiempo más que de sobra para que los críos charlasen, dudaba
de que aquello hubiese sido lo correcto.
Al ver a Ahmed sentado en la cama y a
Amin recolocando la jofaina en su lugar, no pudo evitar pensar que
habían hecho alguna trastada. La mejoría del aspecto de Ahmed le
sorprendió, se acercó al chico, tomándole de los hombros lo
observó con detenimiento.
-¿Qué habéis hecho?- miró al otro
en busca de respuesta, pero los dos se mantuvieron en silencio- Amin,
¿te importaría comer con tu protegido ésta noche?- estaba
dispuesto a averiguar más, y sospechaba, que cuanto más tiempo
pasasen juntos aquellos dos, más podría saber.- No te lo he dicho,
pero a partir de ahora tendrás que quedarte en el palacio, te
mostraré tu habitación. Quizás debas traer tus pertenencias.-
Amin asintió, Jamil salió del cuarto
para indicarle echando el cerrojo tras de si.
No tuvieron que ir muy lejos la puerta
de enfrente era la del cuarto que ocuparía el guardián,
precisamente para estar siempre a disposición. Se trataba de un
cuarto estrecho y largo en proporción con el de Ahmed, una ventana
lateral proveía de luz la estancia. Constaba de una cama colocada a
mitad de la habitación, un arcón colocado de cualquier manera. Una
mesa demasiado larga y una silla que estaban contra la pared junto a
la puerta de entrada.
-La limpiaron hace poco, como puedes
ver no hay apenas mobiliario...- ni ninguna comodidad, si lo
pensabas. Al menos estaba limpio y era espacioso- Si es necesario y
no decides abandonar el puesto...- Dudaba de que un crío aguantara -
Se te irá dando-
-No hay problema- contestó sin tono en
la voz- iré a por mis pertenencias a la posada, no creo que tarde-
Dando media vuelta observó al salir que la pesada puerta al menos no
tenía un seguro por fuera.
No parecía mal chico, pensó mientras
le daba la espalda. Acababa de darse cuenta de que llevaba unas tiras
de tela colgando de la mano, debía de haberle mostrado el antebrazo
al príncipe. ¿Y si era alguien de su pasado?, Ahmed era un misterio
y aquel zagal parecía ser igual en ese sentido. Debía averiguar
quién era y qué tenían en común.
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