jueves, 26 de septiembre de 2013

La pieza perdida y encontrada

Ya está si no lo había logrado posiblemente ese fuese su último movimiento, antes de que se preparase para la acometida Mawaffaq calló desplomado. Lo había logrado, había ganado. Del público comenzó a venir una serie de tímidos aplausos, que al poco se volvieron en un rabioso aplauso y comentarios de aprobación. El sultán se levantó del trono.
-Muchacho, el cargo es tuyo- no parecía convencido de que pudiese haberse dado aquella proeza, pero no dudaba de la fuerza ni de la habilidad de sus mejores hombres. Y era imposible el que Mawaffaq pudiese haber colaborado en algún ardid- Jamil se encargará de enseñarte lo que debes saber acerca del puesto.

-Lo has hecho bien- no quería admitirlo, pero pensaba que le abrirían la cabeza a primeras de cambio, le tendió el turbante - si quieres puedes descansar un rato-
-No, estoy bien... quiero conocerle- ésto último sonó casi como un murmullo.
-... de todas formas no hay más opción- contestó también abatido. Le llevó a la planta superior recorriendo algunos pasillos laterales. Se paró ante una pesada puerta de madera, un gran cerrojo estaba corrido.
Se extrañó mucho de que estuviese por fuera, el corazón comenzó a latirle con fuerza, si había estado encerrado explicaba el por qué había tardado tanto en encontrarle, y el pro qué no parecía haber hecho nada por que se reunieran. Interiormente suplicaba con todas sus fuerzas que tras aquella hoja estuviera el.
Jamil se paró en seco antes de empujar la puerta -Puede que lo que veas no se parezca demasiado a un príncipe-
“¿A quién le importaba eso?” Pensaba, “mientras fuese el y estuviese bien...”
Jamil hizo girar la puerta sobre sus goznes, sobre la cama, un chico de más o menos su edad. Apenas pudo contenerse, estaba delgado, y pálido, pero esa era su cara, era el, lo había encontrado.
Estaba a punto de hablarle cuando se fijó en las cadenas que le sujetaban por las muñecas y tobillos, “¿qué le han hecho?” no pudo evitar indignarse, se le acercó.
El chico de la cama giró la cabeza, sus ojos se encontraron, pero el no lo reconoció.
-¿Quién... eres tu?- logró decir a pesar de estar agotado.
-Es tu guardián- Jamil se aproximó. -¿cómo te encuentras?- el chico no contestó, se limitó a cerrar los ojos e ignorarlo.
-Señor Jamil, ¿puede dejarnos solos?-
-Eso... no es...- aunque no quisiese dejarlos solos, parecía haber alguna conexión entre los críos. El recién llegado parecía afectado - estaré al otro lado de la puerta-no muy convencido le dio lo que pedía, al menos si estaba en la puerta no podrían escapar.

-No me recuerdas ¿verdad?- el otro se giro para verle la cara, mientras Amin se quitaba el pañuelo de la cara y el pelo. Dejando al otro con los ojos muy abiertos.
-Ar...- un dedo del otro sobre sus labios le calló.
-Shhh... ahora soy Amin, no me descubras- una sonrisa dulce se acababa de formar en su boca.
Sin entretenerse volvió a colocarse el pañuelo y fue directo a las cadenas.
-Espera, si las partes las reforzarán- la alegría le había devuelto las fuerzas- sobre el escritorio, hay una llave, la dejan ahí todos los días-Fue a por ella y lo liberó.
-Me he enterado que tienes un nuevo nombre-
-Si, me lo puso el sultán.- se incorporó para frotarse las muñecas doloridas.
-Estás muy delgado, demasiado- apreció. Le tomó las manos... -¿Cuánto hace que...-
-Cuatro meses, creo que puedo resistir un poco más-
-Eso ni en broma, sacó una daga que llevaba escondida en la ropa. Mientras inspeccionaba el cuarto en busca de un recipiente, reparó en la jofaina. Tomándola del otro extremo del cuarto sobre un taburete la acercó a la cama, y comenzó a desvendarse el antebrazo izquierdo.
-¿Lo vas a hacer?... ¿por mi?-
-Cállate, no me lo hagas más difícil- Se realizó un par de cortes sobre el antebrazo con cuidado de no manchar nada con su sangre. Ahmed se apresuró a hacerlo sanar, eran cortes poco profundos pero sintió el alivio.
Apretando los dientes Amin repitió la operación, ésta vez tratando de herirse con mayor profundidad, era doloroso, pero no podía dejar a Ahmed así. Debía ayudarle a librarse de el exceso de esa “energía” o se pondría peor.
Repitieron el procedimiento unas cuantas veces, hasta que temieron que Jamil entrase a comprobar lo que pasaba. Amin se limpió los restos de sangre del antebrazo y tiró por la ventana el contenido de la palangana, enjuagó cuidadosamente de nuevo el recipiente con el agua de la jarra que en un principio acompañaba a la jofaina.
Justo a tiempo, Jamil abrió la puerta, ya era tiempo más que de sobra para que los críos charlasen, dudaba de que aquello hubiese sido lo correcto.
Al ver a Ahmed sentado en la cama y a Amin recolocando la jofaina en su lugar, no pudo evitar pensar que habían hecho alguna trastada. La mejoría del aspecto de Ahmed le sorprendió, se acercó al chico, tomándole de los hombros lo observó con detenimiento.
-¿Qué habéis hecho?- miró al otro en busca de respuesta, pero los dos se mantuvieron en silencio- Amin, ¿te importaría comer con tu protegido ésta noche?- estaba dispuesto a averiguar más, y sospechaba, que cuanto más tiempo pasasen juntos aquellos dos, más podría saber.- No te lo he dicho, pero a partir de ahora tendrás que quedarte en el palacio, te mostraré tu habitación. Quizás debas traer tus pertenencias.-
Amin asintió, Jamil salió del cuarto para indicarle echando el cerrojo tras de si.
No tuvieron que ir muy lejos la puerta de enfrente era la del cuarto que ocuparía el guardián, precisamente para estar siempre a disposición. Se trataba de un cuarto estrecho y largo en proporción con el de Ahmed, una ventana lateral proveía de luz la estancia. Constaba de una cama colocada a mitad de la habitación, un arcón colocado de cualquier manera. Una mesa demasiado larga y una silla que estaban contra la pared junto a la puerta de entrada.
-La limpiaron hace poco, como puedes ver no hay apenas mobiliario...- ni ninguna comodidad, si lo pensabas. Al menos estaba limpio y era espacioso- Si es necesario y no decides abandonar el puesto...- Dudaba de que un crío aguantara - Se te irá dando-
-No hay problema- contestó sin tono en la voz- iré a por mis pertenencias a la posada, no creo que tarde- Dando media vuelta observó al salir que la pesada puerta al menos no tenía un seguro por fuera.
No parecía mal chico, pensó mientras le daba la espalda. Acababa de darse cuenta de que llevaba unas tiras de tela colgando de la mano, debía de haberle mostrado el antebrazo al príncipe. ¿Y si era alguien de su pasado?, Ahmed era un misterio y aquel zagal parecía ser igual en ese sentido. Debía averiguar quién era y qué tenían en común.

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