Cuando acabó de asearse, y de vestirse
correctamente guardó la ropas sucia en un fardo, aguardando a que no
hubiese nadie en el pasillo. No tenía ganas de discutir los
chismorreos de la regente.
Por suerte logró evitarla hasta llegar
a su cuarto, recogió su bolsa y guardó dentro la ropa sucia. Tomó
unas monedas de un saquito oculto en la bolsa y fue en busca de la
posadera, a la que entregó el dinero sin intercambiar palabra.
-¡Oh! ¿Ya te vas?- apenas podía
contener la cara de satisfacción al sentir las monedas en su mano,
el chico había pagado una noche más.- Espero que volváis pronto-
No soportaba a gente tan interesada.
En el camino de vuelta el mercado le
pareció abarrotado, propio de las ciudades, pesó para sí mientras
se veía obligado a pasar entre la gente y a sumergirse entre las
voces de los comerciantes y compradores que se afanaban en regatear.
Se notaba que las horas de más calor
habían pasado, aunque el sol aún apretaba. La multitud parecía
renovada al pasar por entre los toldos del mercado situado en mitad
de la calle central, lo que dificultaba enormemente el paso de los
transeúntes. Y favorecía considerablemente la labor de los ladrones
y pequeños rateros.